lunes, 2 de noviembre de 2009

UNA ESPERANZA PERDIDA

No era mi intención, lo juro.

Los hechos estaban ahí, debí haberlos visto, pero en ese momento toda era muy confuso…

Mi nombre es Ricardo Fuentes y me dedico, o mejor dicho dedicaba, a la investigación para crear órganos artificiales que funcionarán lo más cercano a los naturales. La investigación era mi vida, poder darle una vida más larga y placentera a la gente, mi sueño. Desde que era niño me atrajo ésta idea, poder darles una esperanza nueva a las personas moribundas, realmente era algo que me hacía sentir como un niño al que le han prometido un tazón de helado si termina por completo su merienda.

Mi investigación iba viento en popa, los resultados de mis análisis eran ideales, la creación de los prototipos de estos órganos había sido exitosa, la producción en serie de ellos estaba en proceso, pero había un fallo aún, algo a lo que no había podido encontrar la respuesta, la técnica del trasplante y la aceptación del cuerpo humano a éstos. A pesar de que ya desde hace tiempo los trasplantes de órganos son llevados a cabo exitosamente, el trasplante de mis órganos, según los ensayos en computadora, no tendrían el mismo éxito que los naturales, había algo que no encajaba, algo que retenía el avance de mi investigación. Probablemente debí haber hecho caso a mis compañeros, debí limitarme a los ensayos y proyecciones hechas en el ordenador. Pero para mí eso no era posible, mi ambición era tal que se convirtió en obsesión, y esa obsesión me llevo a hacer eso, de lo cual aún me arrepiento, el error más grande de mi vida, algo restringido por las leyes de la sociedad y la ética profesional de un doctor, la experimentación directa en humanos.

Probablemente se preguntarán el porqué de mi obsesión, y claro, si después de todo mi investigación iba perfecta, pero hay algo que pocas personas saben, y eso es que, aquello por lo que un hombre haría todo, había una mujer de por medio, el amor de mi vida, ella fue la razón de mi actuación desesperada. No me juzguen de una manera aterradora como la mayoría, o como un egoísta, por favor, terminen de leer mi relato, espero entiendan porque no podía esperar más.

Solía vivir en la ciudad de Cuernavaca, la cual es llamada “La Ciudad De La Eterna Primavera”, la capital del estado de Morelos, siempre fui un estudiante destacado, el mejor promedio, el mejor proyecto, el más dedicado, el más estudioso… Sin embargo, siempre me fue difícil el relacionarme con las demás personas, no sé porque, algunas veces pienso en ello y suelo consolarme diciéndome a mí mismo que era el hecho de que prefería estudiar y no divertirme, pero la realidad es que siempre pensé que toda la gente a mi alrededor no podría comprenderme, que mi intelecto no podría llegar a ser comprendido por sus pequeñas mentes, abiertas sólo a la diversión y cerradas por completo al estudio; Creo que a lo largo de mi vida he visto muchas formas de egocentrismo, pero la manera en que pensaba acerca del mundo puede que sea la peor de ellas.

Curse mis grados de primaria, secundaria y preparatoria en un colegio privado del mismo estado, la rutina de mi vida a lo largo de estos seis años fue muy simple, despertar para ir a la escuela, tomar las clases debidas, ir a casa y estudiar hasta una hora razonable, algo que aún encuentro bizarro es que en ningún momento de mi vida me detuve a observar a una mujer, nunca tuve la delicadeza de buscar a alguna o gustar de alguna. No hasta mi tercer semestre en la universidad.

La primera vez que la vi, fue como si algo en mi hubiera despertado, algo que no conocía, pero que ahí estaba, y llevaba un gran tiempo dormido, aguardando el motivo perfecto y la ocasión idónea para salir y llamarme a gritos asegurándose de que no pudiese pasar desapercibido, me paralice al instante, su cabellera rubia meciéndose con la brisa del aire como un desfile de hilos de oro que viajan a la deriva en el firmamento, trigueña, pero con una tonalidad bronceada única que pareciera hubiese sido definida por los mismos dioses especialmente para ella, y que hacia resaltar sus hermosos ojos verdes con una aureola marrón que coronaban sus pupilas otorgándole una sensualidad inigualable a su mirada que invitaba a cualquiera de manera súbita y casi demandante a volver la mirada y detenerse a admirar, aunque fuera por unos pocos instantes, su belleza inaudita, su nariz respingada y que definitivamente ni el mejor escultor del mundo podría tallar, sus labios, delgados, como si hubieran sido delineados por el mejor pintor y de un rojo que probablemente, a excepción de sus hermosos labios, no exista en este mundo. Mis ojos realmente no podían creer lo que veían, esa belleza no era propia de éste mundo y dentro de mí se librara una fiera batalla para poder descubrir que era lo que significaba aquello que estaba sintiendo. Aquello era algo que nunca antes había sentido, una sensación de emoción, ansias, nerviosismo, más sin embargo, y sobreponiéndose a todas aquellas emociones, una paz y una tranquilidad que jamás había tocado mi corazón.

Me gire instintivamente hacia mi compañero y le pregunté quién era esa mujer y si estaba cursando alguna de las carreras que nuestro plantel impartía, a lo cual él me respondió –Claro amigo, ella es Renata Acosta, y efectivamente está cursando una de las carreras de aquí, al parecer quiere ser una de las mejores biotecnologías de nuestro país–.

No lo creía, aquel ser tan hermoso era, además, alguien ambicioso e inteligente. Mi interés en ella no se hizo esperar. No me fue fácil acercarme a ella, después de todo nunca había intentado o conseguido exitosamente entablar una conversación con una mujer como ella, pero a pesar de mi torpeza en cuanto a relaciones sociales o mi timidez y falta de iniciativa para socializar, estaba decidido a conocerla, quería entablar una conversación con ella y, posteriormente, invitarla a salir. Y fue a si como una afortunada tarde, a la hora de la comida, la encontré parada frente al menú del comedor dudosa en el platillo a elegir, ¡Oh Dios! incluso con la duda reflejada en su rostro lucía bellísima, me arme de valor y me acerque, aún temeroso a un rechazo o a estropearlo todo con alguna frase tonta o fuera de contexto, y con un gran esfuerzo, quizá el más grande que jamás haya hecho, la salude con un tímido “Hola, los chilaquiles verdes con carne asada con estupendos” su mirada giro hacia mí y al momento en que sus ojos se cruzaron con los míos me sentí como se me hubiese transportado a otro mundo, uno en donde solo existíamos ella y yo, realmente era la mujer más hermosa que había visto en mi vida.

Me miro extrañada y me sonrió al mismo tiempo que dejaba salir una pequeña y tierna risa, desde ese momento me enamore perdidamente de ella.

Los años consiguiente me dedique a conquistarla y relacionarme por completo con ella, estaba decidido a ser alguien especial para ella, y lo conseguí, primero un noviazgo informal, después algo más formal y finalmente un matrimonio, así es, aún no puedo creer que una mujer tan hermosa haya terminado conmigo y más aún, que en algún momento de mi vida haya llegado a ser tan feliz.

Durante varios años nos dedicamos a la investigación, ella en su rama y yo en la mía, nuestras vidas eran felices y tranquilas, teníamos un hijo, trabajamos arduamente en tofo el año y salíamos de vacaciones a finales de año, como ya mencioné, nuestras vidas eran tranquilas y felices. Y eso debió de haber sido por siempre; pero entonces sucedió, era primavera y nosotros regresábamos de un largo viaje del norte, el camino había sido largo pero estábamos a unas pocas horas de camino de nuestro hogar, era de noche y el transito era fluido, sin embargo, un residuo de aceite regado en el suelo hizo patinar los neumáticos de mi auto y por más que sostuve firme el volante y trate de encaminarlo por el pavimento, no me fue posible, el auto salió dando vueltas en forma de trompo hacia el extremo derecho de la autopista, para nuestra desgracia era una pequeña loma lo que se encontraba después de la barra de contención, la cual no nos fue de mucha ayuda. El auto rodo cuesta abajo, y, aunque el descenso no fue muy largo, sirvió para abollar por completo el auto y comprimirlo de tal manera que el asiento del copiloto quedo pegado con el tablero y de esta manera oprimió el pecho de mi esposa con tal fuerza que rompió su caja torácica dañando el corazón y reventando un pulmón, mi hijo, salió despedido por el parabrisas y fue a parar contra una piedra, la cual rompió si cráneo y le trajo una muerte instantánea.

Después de ese incidente mi vida no volvió a ser la misma, a pesar de que mi esposa por suerte no había muerto, su corazón estaba muy dañado y solo contaba con un pulmón, lo cual le hacía más difíciles al corazón las funciones vitales. Fue entonces que decidí dedicarme por completo a la investigación enfocada en órganos humanos artificiales que sustituyeran a los originales, pero estos debían de ser compatibles en su totalidad y no necesitar de ningún tipo de combustible, mas que el cuerpo humano brindase, para poder funcionar.

Necesitaba un equipo, yo había estudiado una ingeniería en biomédica, pero necesitaba cardiólogos, electrónicos, biólogos y una serie de colaboradores más que me auxiliarían en mi trabajo para el desarrollo de esos órganos. Mi trabajo era ya un poco conocido, por lo que no me fue tan difícil conseguir mi equipo de apoyo, eso y la promesa de que cualquier invento que realizásemos que brindará un ingreso monetario sería casi en su totalidad para el equipo, yo sólo exigiría un diez por ciento del monto, y la condición de que en ningún momento se me negaría el derecho a usar nuestras invenciones para mi esposa.

Esa era mi motivación.

Durante cuatro años mi investigación fue avanzando mientras que la salud de mi esposa empeoraba cada día más, sabía que llegaría un momento en que no tendría más tiempo para experimentar y tendría que actuar, era por eso que llevaba mi trabajo a la mayor velocidad posible, privaba a mis compañeros de sueño o incluso en algunas ocasiones de vacaciones, y a mí me privaba de todo aquello que no fuera por el bien de la investigación, recuerdo que en algunas ocasiones hubo semanas en las que no toque cama alguna debido a la carrera contrarreloj que estaba librando.

Mi equipo no se sentía cómodo, en varias ocasiones se acercaron a mi pidiendo que no fuera tan demandante, sin embargo yo les reprochaba el que no quisieran ayudarme y que qué harían si la que necesitará los órganos fuera su esposa o su hijo, esto realmente los conmovía y volvían al trabajo, probablemente fue la empatía del ser humano lo que es brindaba fuerzas para seguir trabajando, y tal vez, quizá, a lo largo de esos años de trabajo en conjunto habíamos logrado establecer algún tipo de lazo entre nosotros. No lo sabía, y realmente no me importaba mucho, lo único en lo que mi cerebro trabajaba y pensaba, era en terminar el trabajo para poder aplicarlo a mi esposa y de ésta manera salvar una parte muy importante de mi vida.

Pero mi trabajo, dedicación y paciencia no sirvieron de nada. Una mañana de noviembre, la mañana más fría de y triste de mi vida, recibí una llamada del hospital en donde mi esposa había estado siendo atendida, uno de nuestro vecinos la vio desfallecer mientras regaba las plantas del jardín y había pedido una ambulancia al ver el estado en que se encontraba mi mujer, la ambulancia no tardo en llegar del hospital a la casa y nuevamente de la casa al hospital llego en estado muy grave al hospital, sin embarga para cuando llegaron al centro de atención médica mi esposa se encontraba en un estado sumamente grave. La noticia me llegó de golpe, sabía que eso sucedería, estaba consciente del estado de mi mujer, sin embargo, cuando noticias como esa llegan a tu puerta son mucho más difíciles de aceptar de lo que uno cree. El diagnóstico de los médicos fue aterrador, seis mese si mi mujer corría con suerte, dos si la situación empeoraba, y, según ellos, su estado tendía más a empeorar que a una mejora.

Regresé de inmediato al laboratorio y les notifique de esto a mis compañeros, recibí sus condolencias, pero yo no buscaba eso, yo les había hecho saber eso para que agilizásemos el trabajo. A partir de ese día me dedique de lleno al trabajo, dormir tres horas a la semana se me hizo algo rutinario, y claro, tenía vastas razones para trabajar tan arduamente. Repase mil veces los cálculos hechos en la computadora, las proyecciones y ensayos en la misma, nada no había errores, todo estaba bien, las conexiones nerviosas, el sistema electrónico que era capaz de distribuir la sangre a todos los órganos vitales y alimentarse de ella misma como lo hace nuestro corazón, y el sistema que trabajaba de acuerdo a como nuestros pulmones lo hacen, todo estaba bien, mis órganos no necesitaban nada, más que ser implantados correctamente, entonces ellos se acoplarían al cuerpo humano y poca sería la diferencia entre ellos y los orgánicos.

No había resultados positivos, y mi paciencia llego al límite, estaba desesperado, no pensaba con claridad, y lo que paso fue que convoque a aquellos que tuvieran un problema parecido y no tuvieran manera de adquirir algo que les brindará una nueva esperanza, ellos acudirían sin duda alguna, claro, con la promesa de una esperanza nueva, no tendría problema en encontrar candidatos.

El día llego, ciento cincuenta y ocho candidatos se presentaron a las puertas del laboratorio, me sentía… alegre… algo en mi me decía que no debería actuar de ésta manera, que no era ético mentirles, pero yo no tenía tiempo para la ética ni para escuchar a mis compañeros que de igual manera me advertían lo que podría pasar si seguía adelante con mi locura, como ellos lo llamaban. No me importó y les dije que si no me querían ayudar, que estaba bien, pero que no se entrometieran en mi camino. Esa, fue una terrible decisión.

Mis compañeros salieron uno a uno del laboratorio dejándome solo con mis candidatos, lo cual los hizo dudar un poco, pero mi poder de convencimiento fue más fuerte, les prometí que no saldrían heridos, que el tratamiento no tendría costo alguno y que el seguimiento sería de igual manera gratuito. Ellos accedieron y mi error comenzó.

Preparé el área de cirugía, los utensilios e incluso a mí, aunque había trabajado muy de cerca con médicos cirujanos, mis conocimientos en el ámbito eran muy pobres y sabía que una cirugía de mi parte podría no ser exitosa, pero eso hecho eran irrelevantes para mi, a mi mujer le quedaba sólo una semana más de vida y no se veía ningún avance en cuanto a la búsqueda de un corazón nuevo. Sin titubear comencé con la primer cirugía, un cambio de hígado, retiro del órgano natural bien, introducción del órgano artificial bien, conexión nerviosa bien, suturé y di analgésicos, el trasplante había sido exitoso, segunda cirugía, un trasplante de médula ósea, nuevamente una operación exitosa. Seguí adelante con las cirugías, dado que mi equipo me había abandonado, el número de operaciones que podría realizar era muy reducido, llevándome así a conseguir sólo 15 operaciones en tres días y medio. Dentro de éstas operaciones tuve la fortuna de encontrarme con dos trasplantes de corazón y uno de pulmones. –Bien– me dije a mi mismo, –las cirugías han sido todas exitosas, ahora sólo tengo que demostrarles a los doctores que mi trabajo es viable y entonces podré salvar a mi esposa–, eso pensé. Pero para cuando salimos a la calle fue como si algo dentro de mis pacientes operados hubiera explotado, todos ellos sin excepción alguna empezaron a sangrar pro las cavidades nasales y los oídos, sus ojos empezaron a llenarse de sangre y tomaron una coloración amarilla, pensé en correr, escapar de la escena e ir directo al laboratorio de nuevo, llevar a alguno de los jóvenes sangrando y realizar más pruebas sobre él, para mi desgracia empecé a escuchar las sirenas de las patrullas que alguno de mis ex colaboradores había llamado e informado de lo que estaba haciendo para que acudieran a rescatar a los ingenuos candidatos que se presentaron aquel día.

Los oficiales me retuvieron, revisaron el laboratorio y tomaron todas las pruebas, yo les rogué que me entendieran, que mi esposa estaba a punto de morir y que necesitaba terminar mis experimentos, pero ellos no me entendieron, no me hicieron caso ni me tuvieron compasión, sin titubear ni escuchar me llevaron a una celda y me dijeron que tendría a esperar para saber que tan fuerte sería mi sentencia.

Se me sentenció a cumplir con cuarenta y cinco años de prisión, mi esposa murió una semana después de mi aprehensión, su corazón se detuvo y yo, gracias a mi obsesión, no estuve con ella en sus últimos minutos, no pude decirle que la amaba una última vez, no pude decirle que la alcanzaría a donde quiera que fuese, que nunca la olvidaría y que la amaría por siempre.

Ahora vivo en una ciudad perdida, esos lugares que pareciera que están fuera del alcance de Dios y que los únicos modos de vida son, robar o la limosna, debido a mi vida anterior, mi “moral” no me deja practicar el robo, así es que vivo de la caridad de algunos pocos que me llegar a regalar una tortilla o un pan por semana. No es una vida digna, pero siento que es una manera de enmendar mi error, sé que no es así, que lo que hice jamás podrá ser reparado o pagado, ni con el peor de los castigos y con la mayor riqueza. Espero el día de mi muerte, más no lo anhelo, mi tortura me apacigua un poco el remordimiento, y el saber que mi esposa se encuentra en un lugar mejor en donde no padece de ningún malestar me reconforta un poco y, dentro de lo que cabe, me da un poco de paz, pero mientras el día llega lo esperaré con calma y sin reprochar algún aspecto de mi vida actual.

Morelos Tovar Luis Joaquín

México D.F. a 02 de Noviembre del 2009

“Una Esperanza Perdida”

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